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El teatro reconcilia a tamiles y cingaleses en Sri Lanka

Una compañía teatral llamada Janakaraliya (el teatro de la gente) cura las heridas de la guerra a través de la interacción cultural y consolida la paz entre las dos etnias desde 2004

Actores de la compañía, antes de salir al escenario. Fuente: www.ritapouso.com

Actores de la compañía, antes de salir al escenario. Fuente: www.ritapouso.com

Chilaw, un pueblo costero situado al noroeste de Sri Lanka, se prepara para el espectáculo de la noche: Charandas, la adaptación del drama indio Charandas Chor, escrito por el dramaturgo Habib Tanvir. Muchas escenas del original se han adaptado al escenario sociopolítico de la isla para invitar a los espectadores a ser “críticos con sus propias actitudes y patrones de pensamiento”, según Parakrama Niriella, uno de los fundadores de la compañía teatral Janakaraliya.

Michele Pero, un fotógrafo artístico formado en el teatro de la guerra

“He vuelto a Siria porque en ese momento, en diciembre de 2012, empecé a madurar un cambio radical en mi vida. He rechazado la fotografía bajo comisión publicitaria. He vuelto a Siria sin que me hubiera mandado nadie para hacer aquello que sentía. He tenido la necesidad de vincularme a lo que hacía quince años atrás, a aquel pasado en el que todavía hacía las cosas en libertad”.

Cuando Michele Pero habla de conflicto armado, siempre se refiere a él con un particular concepto: teatro de guerra. Un concepto obtenido gracias a la perspectiva histórica que ahora tiene de su vida y que utiliza a lo largo de la entrevista para describir el escenario de sus años como fotoperiodista de guerra, sobre todo, en el conflicto de los Balcanes.

El hogar de Risolat en Uzbekistán

La joven madre de familia abre las puertas de su casa construida en la árida ciudad de Jiva
Risolat y sus hijos, Uzbekistán. Fotografía: Raül Girona. Texto: Margarita T. Pouso

Risolat y sus hijos, Uzbekistán. Fotografía: Raül Girona. Texto: Margarita T. Pouso

La mezcla de adobe y paja barniza los muros exteriores de las casas locales de Jiva. Así, la ciudad se tiñe de un color marrón grisáceo que se ve iluminado a diario por intensos rayos de sol y que está sometido a altas temperaturas. La delicadeza del material obliga a sus habitantes a rehabilitar sus fachadas al menos una vez al año.

Rano; la mujer de negocios en el desierto de Karakalpakstan

Karakalpakstan es una república autónoma dentro del estado de Uzbekistán. Esta república ocupa el tercio occidental del país y se sitúa al este del río Amu Daria y al norte del oasis de Jiva.
Yurtas, Uzbekistán. Texto y fotografía: Margarita T. Pouso

Yurtas, Uzbekistán. Texto y fotografía: Margarita T. Pouso

La región, con capital en Kukus, se extiende desde las costas del mar Aral hacia el sureste. La mayor parte de su superficie la ocupa el desierto de Kizilkum con 300.000 km2.

En turco, kizil significa <<rojo>> y kum <<arena>>. El nombre del desierto de Kizilkum encuentra su explicación en el tono rojizo que presenta su arena. Es precisamente en este desierto donde la hermana de Rano Opa Yakubova montó su negocio turístico en 1998 y del cual la misma Rano pasó a ser la copropietaria a partir de 2005.

Svetlana; funcionaria de enlace de Médicos Sin Fronteras en Uzbekistán

La oficial de enlace uzbeka organiza los visados y las acreditaciones de los trabajadores de todo el mundo que quieren colaborar en las diferentes misiones que la ONG propone

Svetlana se reúne con los tahínos a la entrada del Hotel Shodlik Palace, el alojamiento de los expedicionarios durante su estancia en Tashkent. La funcionaria de enlace de Médicos Sin Fronteras en Uzbekistán va vestida con camiseta azul oscura, pantalones blancos y sandalias. Su recogido trenzado concentra muy bien su abundante y suave melena negra y es equiparable a la elegancia que, de forma natural, se desprende de su gesticulación. Svetlana es prudente en su presentación y mantiene ese estado anímico durante la tarde de conversación en inglés.

Svetlana recibe a la Expedición Tahina-Can 2015 en Tashkent. Fuente: www.ritapouso.com

Svetlana recibe a la Expedición Tahina-Can 2015 en Tashkent. Fuente: www.ritapouso.com

La dicotomía del país de las sonrisas

Monje budista, Tailandia. Fotografía: Lucía Cornejo. Texto: Margarita T. Pouso

Monje budista, Tailandia. Fotografía: Lucía Cornejo. Texto: Margarita T. Pouso

En las calles de las grandes ciudades de Tailandia se fusionan tradición y vida cosmopolita. Delante de un establecimiento de McDonald’s, reflejo del capitalismo más agresivo, los pequeños comerciantes montan a diario sus puestos como método para afrontar el paro.
Las calles se inundan de puestos de comida preparada, de gente sentada en el suelo vendiendo collares de flores y de tenderetes repletos de frutas. Se da pie al regateo entre quienes se ganan la vida a través del turismo y quienes pretenden llevarse la esencia de Tailandia en un pequeño buda de madera o en una postal que enmarque los monumentos del país.

En cualquier esquina, inclusive la del McDonald’s y la del Burger King, se alza un pequeño altar para hacer ofrendas a las deidades. Tailandia es un país de contrastes, qué país no lo es, pero en el Antiguo Reino del Siam los monjes budistas se pasean descalzos, vestidos con túnicas naranjas o marrones y conectados a sus smartphones. Los olores impregnan el oxígeno. Ellos se desprenden de cada puesto de comida y son tan penetrantes que adquieren sabor al respirarlos. A pocos metros de los mercados y de las callejuelas tortuosas donde la gente tira el agua sucia, se alzan grandes edificios y centros comerciales inspirados en el estilo occidental más puro. Allí no hay chicos llamando la atención para vender unas deportivas falsificadas, ni las dependientas pasan la calculadora a los clientes para que regateen el precio del producto.

El trekking del catolicismo al animismo en Chiang Mai

Cuidador de elefantes y el paquidermo en el Campamento de Elefantes de Chiang Mai, Tailandia. Fotografía: Lucía Cornejo. Texto: Margarita T. Pouso

Cuidador de elefantes y el paquidermo en el Campamento de Elefantes de Chiang Mai, Tailandia. Fotografía: Lucía Cornejo. Texto: Margarita T. Pouso

La ruta de Lu en la “Rosa del Norte”

La provincia de Chiang Mai, al noroeste de Tailandia, combina urbe y naturaleza en una superficie de 20.000 km2. En Chiang Mai, ciudad situada a unos 700 km de Bangkok, los templos envueltos en pan de oro veneran a variopintas figuras de buda. Wat Phra Singh, Wat Chiang Man y Wat Doi Suthep son algunos ejemplos de esos santuarios, siendo el último uno de los más concurridos al conocerse como Templo de Montaña y, también, dado a los innumerables escalones que sus visitantes deben subir para acceder a él.

A pesar de la importancia que tienen las construcciones religiosas en Tailandia, “la Rosa del Norte” o Chiang Mai, aboga por conceder más quilómetros cuadrados a la naturaleza. En ellos se concentran la mayoría de actividades lúdicas que la provincia ofrece a viajeros, turistas, viajantes, expedicionarios y, si se quiere, a los mismos locales.

Toda una vida dedicada a Buda

Swat nació en el sur de Vietnam. Tiene 26 años y desde los 18 es monje budista. Practica el budismo desde que era pequeño, pero dedica su vida a la meditación y a la vida en el templo desde hace 8 años. Recibe a la expedición Tahina-Can en el templo Wat Sri Suphan. Le acompaña el novicio Thu, también originario del Vietnam. Visten de forma distinta para distinguir el rango religioso de cada uno de ellos. Swat lleva una túnica marrón. La de Thu es de color naranja. Ambos van descalzos y tienen la cabeza rapada. Se mueven de forma ágil y pausada. No alzan la voz. El escucharlos se convierte en tarea difícil y todos los expedicionarios, colocados en forma circular, se incorporan para aguzar el oído.

A la izquierda, el monje budista Swat y a la derecha, el novicio Thu. Ambos reciben a la expedición de periodistas en el templo Wat Sri Suphan, en Chiang Mai. Fuente: Expedición Tahina-Can 2014

A la izquierda, el monje budista Swat y a la derecha, el novicio Thu. Ambos reciben a la expedición de periodistas en el templo Wat Sri Suphan, en Chiang Mai. Fotografía: Expedición Tahina-Can 2014 Texto: Margarita T. Pouso

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