
Golden Tears de Gustav Klimt. Fuente: www.google.com
Cuando pienso en mi infancia no caigo en situaciones que normalicé porque eran parte de mi día a día y tuve que interiorizar. Ahora, con unos cuantos años de perspectiva, me doy cuenta de lo que una niña de 6 años no debería haber padecido.
De entrada, el divorcio de una madre embarazada no pinta bien. Pero con la conciencia de que una hija va a nacer, el uso del raciocinio y el corazón de dos adultos debería ser suficiente para que el peso de una relación malograda no decayera sobre la niña. A los 3 años viví el primer indicio de lo que iba a ser mi vida durante los siguientes 12, con solo uno de mis progenitores. Nombrarle “padre” sería muy pretencioso, pues solo se adecúa a la primera definición de la Real Academia Española: “Varón o animal macho que ha engendrado a otro ser de su misma especie”. La segunda, a pesar de mis necesidades biológicas como hija, no la quiso aplicar: “Varón que ejerce las funciones de padre”.