Hoy amanecí poeta
cuando al dejar mi melena al viento
me imaginé pájaros revoloteando por mi cabello
bailando con las ondas de salitre
que traigo de la playa.
Hoy amanecí poeta
cuando al dejar mi melena al viento
me imaginé pájaros revoloteando por mi cabello
bailando con las ondas de salitre
que traigo de la playa.
La ciudad como escenario
deja sorda a mi poeta.
No me rima ni una letra,
no relleno un poemario.
La lectura, al contrario de la escritura, es un placaje al desamor. Un buen libro acaricia el gato del dolor, lo adormece mientras en Utopía, Wislawa Szymborska te fulmina con: “Si hay alguna duda, el viento la disipa”. Y aquí en Cádiz hay mucho de eso, de viento. Levante, poniente. Y de duda, también. Me quiere, no me quiere: el deshoje de la margarita.
Mi abuela sacude inviernos en todas sus latitudes.
Lleva el hogar en los poros,
dibuja fronteras con tiza.
Del polen que quedó enganchado a las patas de la abeja
cuando el insecto fue a beber del néctar de la flor,
ya solo queda la azucena.
De la semilla que mi abuela plantó en el terreno de Vigo
cuando el hueso fue el despojo de un tentempié entre horas,
ya solo queda el níspero.
Mama; desde que empecé a viajar te he encontrado en todos los espejos de todos los países y todas las ciudades en las que he vivido.
En Marrakesh, aquella noche en la que rompí a llorar por perderme las Navidades en familia, te miré en el espejo del restaurante en el que trabajaba y me recordaste lo fabuloso que es gozar de la libertad de elección y que la decisión de seguir viviendo la experiencia árabe recaía únicamente en mí.
Ya han pasado dos años desde tu último cumpleaños en persona y me parece inverosímil.
Inverosímil que tu cuerpo ya no esté presente y que le des alas a mi escritura, estancada y hecha trizas. No tan rota como mi corazón, abuelo, que tiembla cada vez que te pienso y que me duele cada vez que revivo esa última semana fatídica.
Mi abuelo. Eres el hombre de mi vida, el que durante mi crecimiento ha desempeñado todos los roles que han vertebrado la evolución de mis genes. Has sido, eres y serás siempre la figura masculina imprescindible en mi vida. El taxista que más carreras ha hecho para llevarme al colegio y recogerme; el cocinero con más estrellas Michelin entre las paredes de nuestro hogar; el sherpa de mis mochilas repletas de libros y de mi guitarra; el guía de los viajes de Barcelona-Vigo en tren, coche o barco; el humorista de los chistes más repetidos de la historia; el cantante que más conciertos ha dado entre fogones y después del carajillo; el padre con “los hijos más guapos del mundo”; el abuelo con “los nietos más guapos del mundo” y el bisabuelo con “los bisnietos más guapos del mundo”.
Se ahorró la naturaleza la creación de otro ser humano para incluir mi figura de padre y abuelo en un solo cuerpecito. Y vaya ser. Tú no puedes ser humano, tú eres un superhéroe.
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