- Título: El lugar más feliz del mundo
- Autor: David Jiménez
- Editorial: Kailas
- Fecha: 2013
- Lugar de publicación: Madrid
“La esencia del periodismo es el viaje. No solo hablamos de un viaje al país sino también de un viaje interior en el que uno pueda expandir su mente y espíritu para descubrir, conocer y contar”. Así fue el preludio de David Jiménez como conferenciante en un hotel de Bangkok, en el único 30 de enero que 2014 ha tenido y tendrá. Lo hacía delante de un grupo de estudiantes de periodismo que exhaustos a causa del jet lag mantenían sus ojos abiertos para anotar tan valioso consejo.
David Jiménez fue corresponsal de El Mundo después de haber sido periodista de despacho y antes de ser el autor de las obras Hijos del Monzón (2007), con la que consiguió el premio al Mejor Libro de Literatura de Viajes en España; El Botones de Kabul (2010), su única novela; y El lugar más feliz del mundo (2013), su último libro de viajes. En la actualidad, David Jiménez es director de El Mundo.
Nacido en Barcelona, el periodista recorre el continente asiático para mirar, escuchar y contar historias que nacen en contextos de guerra, revoluciones, conflictos armados y desastres naturales. Historias que instituciones, organizaciones y dirigentes acallan y maquillan. Lo lleva haciendo dieciséis años, lo de cubrir contextos olvidados, y ha dado ‘letras’ a las revueltas de Birmania, Indonesia, Nepal y Filipinas, así como a las entrevistas a Corazón Aquino, Aung San Suu Kyi y Dalai Lama. Los tsunamis del Índico y el Pacífico y las guerras de Afganistán, Cachemira, Sri Lanka y Timor Oriental también las ha seguido la tinta de su bolígrafo. No puede decir lo mismo de China, país donde no le ha sido levantado el veto y no se le concede el visado tras escribir la realidad sobre el conflicto tibetano con la que pareció enfurecer al gobierno. Sus artículos periodísticos se han leído en las páginas del Corriere della Sera, The Guardian o The Toronto Star, y ha colaborado con The Sunday Times, Esquire, CNN, BBC y Radio Francia Internacional.
Todos los países mencionados en el anterior párrafo son los lugares donde se hospedan los personajes y las historias de su libro de viajes El lugar más feliz del mundo.
El lugar más feliz del mundo es una obra testimonial sobre la transformación del continente asiático. En sus viajes, David Jiménez atestigua la desaparición de lugares y tradiciones que quedaron relegados a una cultura occidental en expansión. Se implantaron y aceptaron símbolos capitalistas como el centro comercial, el turista de chancla y calcetín y el puesto de suvenires. También vive en primera persona la tristeza de las comunidades castigadas por los tsunamis y su posterior reconstrucción, las manifestaciones que enseñan los componentes de la libertad a un absolutismo birmano y la transformación de Svay Pak, el lugar que llegó a concentrar “las desviaciones de la condición humana”, según relata el autor. El lector percibe esa evolución temporal, cultural, política y moral gracias al retorno del autor al lugar del conflicto, desastre natural o revolución.
En el libro de viajes, las piezas periodísticas del corresponsal se organizan en seis secciones que se enmarcan con los siguientes títulos: Lugares, Fronteras, Calles, Celdas, Amaneceres y Retornos. En cada uno de los apartados, el autor contextualiza situaciones y se muestra crítico ante las que le resultan más decadentes. Ello lo demuestra a través del uso de preguntas retóricas que además fomentan la relación autor-lector.
En las 220 páginas que enhebran las crónicas y retratos de El lugar más feliz del mundo, David Jiménez hace un uso exquisito del lenguaje. Un ejemplo de ello es la metáfora de Sri Lanka, “esa isla que aparece en el mapa como una lágrima caída del rostro de la India”. El corresponsal se muestra pulcro y atento con los detalles descriptivos. Narra las historias con delicadeza, honestidad y desde el respeto. Dirige su mirada más allá del hecho, hacia parajes que otros ojos siquiera vislumbran. Y por si fuera poco, demuestra su bagaje cultural citando a personajes como Aleksandr Solzhenitsyn y William Somerset Maugham. Unificando todos los componentes, el lector se topa con el sentido que el corresponsal David Jiménez le da al viajar: dar voz a aquellos que con sus gritos no logran alcanzar el otro lado del globo. Así, cada viaje del periodista se convierte en un altavoz de esperanza que espera ser escuchado por la extendida sordera institucional.
Como colofón a la lectura El lugar más feliz del mundo, que traslada al lector a los confines de Asia, pueden extraerse tres consejos aplicables a la filosofía de vida del periodista de viajes en lo referente a su actuación como ser humano y a la forma de construir el relato.
El primero de todos consiste en romper con las fronteras geográficas, ideológicas, religiosas y étnicas con tal de incinerar cualquier atisbo de prejuicio hacia el entrevistado. No es solo un error sino completa osadía el imaginar que el periodista tiene todo el terreno aprendido, cuando debe descubrir, conocer y contar.
En segundo lugar, cabe distanciar el ‘yo’ en la construcción del relato, pues el entrevistado es quien tiene la palabra, es el poseedor de la historia y es quien confía en los criterios del periodista para que sea él, y no otra persona, quien traslade su relato a cuantas personas pueda llegar. El lector no manifiesta interés por el número de días que el reportero lleva sin ducharse ni el desgaste mental que le suponga el estar despierto durante 24 horas para cubrir una revuelta. Por lo que el periodista de viajes debe contemplar la discreción y aparecer estrictamente cuando el hilo argumental le lleve a ello.
Por último, cabe vincular el tercer consejo a la referencia del autor David Jiménez, sin menospreciar un punto, una coma o una tilde: “El viaje no termina hasta que vuelves. No a los lugares visitados, sino a las gentes que conociste en ellos”.
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