Minutos antes de entrar en la yurta más administrativa del desierto de Kizilkum, Rano contabiliza los gastos de los turistas. Lo hace en una libreta de páginas que un día llegaron a ser blancas y cuyas esquinas luchaban contra la gravedad. Se ayuda de una calculadora para hacer las sumas. La entrevista, traducida simultáneamente por el guía Ahror, tiene ritmo. Fluye. Rano acaba una frase y hace una pausa, esperando a que Ahror me traduzca su respuesta. Sus 15 años de profesora de uzbeko y de literatura uzbeka se entrevén en los 13 minutos y 54 segundos de entrevista.