Minutos antes de entrar en la yurta más administrativa del desierto de Kizilkum, Rano contabiliza los gastos de los turistas. Lo hace en una libreta de páginas que un día llegaron a ser blancas y cuyas esquinas luchaban contra la gravedad. Se ayuda de una calculadora para hacer las sumas. La entrevista, traducida simultáneamente por el guía Ahror, tiene ritmo. Fluye. Rano acaba una frase y hace una pausa, esperando a que Ahror me traduzca su respuesta. Sus 15 años de profesora de uzbeko y de literatura uzbeka se entrevén en los 13 minutos y 54 segundos de entrevista.
Rano Opa Yakubova. 47 años. Vive en Turkul, un pueblo situado a 70 km del complejo hotelero del que es copropietaria. Es madre de dos hijos y esposa. Comenzó a trabajar en las yurtas del desierto de Karakalpakstan a partir del 2005, 8 años después de que su hermana lanzara el negocio. El contacto con los turistas le ha enriquecido laboral y personalmente. Sustituyó las lámparas de queroseno por placas solares patrocinadas por la UNESCO. Ya no quiere únicamente que sus hijos estudien sino que además aprendan idiomas y conozcan el mundo. Rano tiene el planteamiento de viajar a 10 años vista, cuando sus hijos ya sean mayores y ella deje de trabajar. Sus viajes se limitan a las visitas de los vecinos Kazajistán y Turkmenistán. Tiene ojos miel, piel morena acartonada y una sonrisa iluminada por un colmillo enfundado en oro.
¿Qué es para ti la felicidad?
Ver a las personas que quieres y amas. Eso es la felicidad. Verla a usted, también, para mí, es felicidad. Se puede encontrar todo pero este momento no se puede repetir.
(Rano, Uzbekistán. 29 de junio de 2015)
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