Karakalpakstan es una república autónoma dentro del estado de Uzbekistán. Esta república ocupa el tercio occidental del país y se sitúa al este del río Amu Daria y al norte del oasis de Jiva.
La región, con capital en Kukus, se extiende desde las costas del mar Aral hacia el sureste. La mayor parte de su superficie la ocupa el desierto de Kizilkum con 300.000 km2.
En turco, kizil significa <<rojo>> y kum <<arena>>. El nombre del desierto de Kizilkum encuentra su explicación en el tono rojizo que presenta su arena. Es precisamente en este desierto donde la hermana de Rano Opa Yakubova montó su negocio turístico en 1998 y del cual la misma Rano pasó a ser la copropietaria a partir de 2005.
De energía jovial, ojos miel, cejas perfiladas y con una visible funda de oro que cubre uno de sus colmillos, Rano hace cuentas de los gastos de los huéspedes en la yurta que ha establecido como despacho. Lo hace sentada en el suelo, apoyada en una mesa cubierta con variopintos objetos que van desde una calculadora hasta un peine. Los extremos de la yurta lo ocupan dos camas de madera con sus respectivos colchones así como montones de sábanas, manteles, alfombras y toallas que cubren las necesidades de los huéspedes de su particular hotel en el desierto.
El “complejo hotelero” cuenta con más de una decena de yurtas equipadas con electricidad, colchones, toallas, almohadas y edredones. Dispone también de lavabos, duchas, picas de baño al aire libre y una cocina particular en la que se cuecen las mejores ideas tradicionales para alimentar a visitantes, deseosos de probar los platos más tradicionales de esta región desértica del Karakalpakstan.
El mundo turístico no ha hecho más que enriquecer la estructura del negocio y el ambiente que se crea entorno a él. Gracias al contacto con los tour leaders en la época en la que su hermana trabajaba como guía turística, confiesa Rano, la creación del negocio se convirtió en una idea más que factible. Los tour leaders estaban interesados en el lugar y su hermana se puso manos a la obra en la organización del montaje de las instalaciones. Una de las primeras acciones estatales que consiguió fue la pavimentación de la carretera que hace al complejo accesible vía transporte de ruedas. Más adelante y gracias al contacto con los turistas, huéspedes de las primeras yurtas, la sustitución de las lámparas de queroseno por electricidad procedente de energía renovable se hizo realidad. Así, la UNESCO se convirtió en el patrocinador de esta región desértica en la instalación de unas placas solares que generarían energía a partir de la potencia de los rayos de sol de la zona.
El negocio familiar tiene por objetivo incrementar el servicio que ofrecen sus instalaciones. Por ello, la instalación de calefacción y aire acondicionado es una de las tareas pendientes de las dueñas, así como la construcción de una playa artificial para los turistas.
La afluencia de los grupos de turistas ha ido incrementando a medida que han pasado los años y el número de yurtas ha ido in crescendo. Según Rano, la concentración de los huéspedes puede dividirse en dos temporadas: la primera, en abril y mayo; y la segunda, en septiembre y octubre. Durante el resto de meses sigue habiendo pocos turistas en el hotel de Rano. De ahí que la familia haya ampliado nuevas miras laborales en el terreno de los autobuses turísticos. Con la combinación de ambos trabajos consiguen su sustento económico anual.
Por si fuera poco, el turismo no solo ha motivado a Rano en el ámbito empresarial sino que también lo ha hecho en el terreno ideológico. A sus 47 años de edad, Rano, la que fuera profesora de uzbeko y de literatura uzbeka, aplica unos valores, obtenidos a partir del contacto con las diferentes culturas de sus huéspedes, en la educación de sus dos hijos. “Como podemos entender, la vida no consiste únicamente en comer y beber. Antes, tenía el propósito de educar a mis hijos y asegurarme de que estudiaran. Ahora me propongo que mis hijos estudien más idiomas, que estudien en mejores sitios y que conozcan el mundo”, explica Rano.
La creación del hotel en el desierto de Kizilkum permite a la familia uzbeka estar en contacto con cantidad de culturas de todo el mundo que no podrían tratar de otra manera debido a las complicaciones que el estado uzbeko impone en las solicitudes de salida del país de sus habitantes. “De los huéspedes hemos aprendido mucho: -dice Rano- conocemos su cultura, su forma de tratar y también hemos aprendido cómo vivir”.
Charlar, conocer y comunicarse con la gente son las acciones que más llenan de alegría a Rano. Para ello tiene pensado viajar en cuanto sus hijos crezcan y empiecen a trabajar, de aquí a diez años, puesto que solo ha visitado los vecinos Kazajistán y Turkmenistán.
El desarrollo del turismo en Uzbekistán, un turismo aún alejado de la masificación y todavía respetuoso con el medio ambiente y con el turista, puede resultar productivo a nivel cognitivo tanto para el habitante uzbeko como para el visitante extranjero. Por un lado, la familia de Rano mira de mejorar su nivel de vida en un cosmos desértico a través del desarrollo sostenible de su negocio, y por otro, el turista puede gozar de una experiencia memorable gracias al trato humano que recibe por parte de la anfitriona. Por ende, el turismo ha inyectado a Rano un sentimiento que solo anteriores generaciones nómadas de su familia conocían: la curiosidad por aprender y conocer a través del viaje.
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