En Nepal se conduce por la izquierda, dice la teoría. Sin embargo, muchos de sus habitantes decidieron ser más prácticos.
La lluvia monzónica me recibió en el Aeropuerto Internacional Tribhuvan de Katmandú. De allí hasta casa me dejé llevar. 3 mochilas, 2 personas, 1 moto, agua, chubasquero y la reinante impaciencia. La vi personificada en cláxones procedentes de multitud de vehículos de dos, tres y cuatro ruedas. La carretera en Katmandú es toda una amalgama de timbres y tonos, una peculiar orquesta nepalí.
A la lluvia le da igual todo y no le importa nada. No entiende de telas, culturas, operaciones estéticas, religiones, kilos, canas, colores, ceros en el banco, países, paisajes, venganzas, inteligencia o ignorancia. La lluvia cae. Se deja llevar. La trasladan hombros, cabezas, paraguas, parabrisas, cascos y, también, “perros e hijos de perra” (Pérez-Reverte, 2014). De ahí, quizás, que esta no distinción del ser humano provea a los habitantes del monzón de una paciencia inigualable a la hora de convivir, de junio a septiembre, con los lloros de Katmandú.
Pipa
Me encanta que vuelvas a la acción. Hacia mucho tiempo que te esperaba. Te echaba de menos.