La joven madre de familia abre las puertas de su casa construida en la árida ciudad de Jiva
La mezcla de adobe y paja barniza los muros exteriores de las casas locales de Jiva. Así, la ciudad se tiñe de un color marrón grisáceo que se ve iluminado a diario por intensos rayos de sol y que está sometido a altas temperaturas. La delicadeza del material obliga a sus habitantes a rehabilitar sus fachadas al menos una vez al año.
El envoltorio de la casa de Risolat se corresponde a la descripción del párrafo anterior. No así el interior, pues los muros que dividen las diferentes estancias están formados por cemento. A excepción del suelo de la entrada, del baño y de los patios exteriores, el suelo del resto de estancias está cubierto por alfombras.
Nada más entrar, Risolat nos pide que nos descalcemos. El suelo de adoquines sostiene, a la derecha, un frigorífico y el desagüe de un grifo, y, a la izquierda, una pica. También es el lugar donde abandonar el calzado una vez sus familiares se disponen a entrar en la casa.
El salón es el lugar donde se reúne la familia y la estancia que da acceso a la cocina, al baño, a las habitaciones y al pasillo que, a su vez, guía hacia el patio exterior.
La cocina está dotada de horno y extractor. El baño se sitúa al lado de la cocina y se limita a un desagüe y a una ducha que funciona a base de rellenar botellas de agua.
En una de las cuatro habitaciones del hogar, Risolat tiene dos máquinas de coser y las alfombras que utiliza para dormir. Es ella misma quien se cose sus vestidos, los cojines y las cortinas que decoran el techo, pero afirma que su oficio no traspasa los muros de su hogar. Otra de las habitaciones constituye el dormitorio, vacío y austero, pues la familia duerme en el suelo. Bajo esta habitación se encuentra la despensa de zumos que ellos mismos elaboran así como leña y mantas, materiales de los que hacen uso únicamente en invierno.
El aire acondicionado les ayuda a soportar las altas temperaturas de Jiva que, en verano, pueden oscilar entre los 50 y los 60 grados. Para afrontar el invierno, Risolat y su familia disponen de calefacción de gas.
El pasillo dirige a un abierto patio exterior que se compone de dos hornos tradicionales: uno para cocinar alimentos varios y otro para hornear el pan. El pan constituye uno de sus alimentos principales y lo consumen muy a menudo. También se alimentan de sopa. La familia de Risolat compra los productos empaquetados en el supermercado y los frescos en el bazar, el mercado local, pues en él no pagan impuestos y el valor de la compra les supone un ahorro económico importante. Es en el mismo patio donde Risolat tiende la ropa que previamente lava a mano.
El salario que entra en el hogar es el resultado de los trabajos que realiza el marido de Risolat como arquitecto de casas locales de Jiva y el que cubre las necesidades de los seis miembros que componen su unidad familiar: su mujer Risolat, sus dos hijos, su madre, su hermana y su hermano. La cantidad siempre es variante, pues depende del número de trabajos que él consiga. Al mes, suele rondar los 500.000 sum, unos 150 euros.
La rutina de Risolat consiste en levantarse entre las seis y las siete y media de la mañana, limpiar la casa, cocinar, cuidar a los niños y rezar tres veces al día. Gracias a todas esas actividades, Risolat, a sus 22 años, vehicula el orden de una vida familiar originaria de la histórica ciudad de Jiva.
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