La ruta de Lu en la “Rosa del Norte”
La provincia de Chiang Mai, al noroeste de Tailandia, combina urbe y naturaleza en una superficie de 20.000 km2. En Chiang Mai, ciudad situada a unos 700 km de Bangkok, los templos envueltos en pan de oro veneran a variopintas figuras de buda. Wat Phra Singh, Wat Chiang Man y Wat Doi Suthep son algunos ejemplos de esos santuarios, siendo el último uno de los más concurridos al conocerse como Templo de Montaña y, también, dado a los innumerables escalones que sus visitantes deben subir para acceder a él.
A pesar de la importancia que tienen las construcciones religiosas en Tailandia, “la Rosa del Norte” o Chiang Mai, aboga por conceder más quilómetros cuadrados a la naturaleza. En ellos se concentran la mayoría de actividades lúdicas que la provincia ofrece a viajeros, turistas, viajantes, expedicionarios y, si se quiere, a los mismos locales.
Así, hacer trekking por las montañas y bosques, convivir con las tribus y dar un paseo montado en elefante se convierten en actividades atractivas que se alejan de la oferta occidental de la que es víctima este Oriente más urbanizado: la venta de artesanías y suvenires en los mercados nocturnos y los múltiples espacios en los que hacerse un masaje tailandés.
El etnoturismo prolifera como alternativa al turismo convencional y, por consiguiente, la revalorización de las culturas ancestrales y el deleite del entorno natural se convierten en pilares en alza para coexistir, por unos días, con la variedad de formas que ofrece la cultura tailandesa en el Antiguo Reino del Siam más medioambiental.
Rumbo a la aldea Karen
La ruta con destino al territorio Karen comienza en el Campamento de Elefantes de Chiang Mai, a lomos del paquidermo, símbolo de fuerza, sabiduría y protección en el país. La siguiente parada implica un baño en la fría Cascada de Mork-Fa que nos sitúa, a los expedicionarios, ante un espectáculo natural que despierta los cinco sentidos de todos los allí presentes. Al agua en caída libre se le suma la respiración de un oxígeno tan puro que alimenta con sólo olfatearlo. No puede decirse lo mismo del ambiente de las fuentes termales de Pong Duat, en las que son pocos los atrevidos a darse un baño dado a las altas temperaturas de sus aguas.
Alrededor de cuatro horas de trekking son las necesarias para llegar a la tribu Karen desde Pong Duat. Todo aquél que se preste a recorrer esos senderos montañosos se provee de un palo de bambú para acompañar la marcha. El extremo inferior del palo está cortado horizontalmente para facilitar su clavado durante los segundos que se apoya en el terreno. El palo lo ofrece Lu.
Lu tiene 33 años y es guía de trekking desde hace diez. Trabaja en Chiang Mai guiando a turistas, estudiantes, viajantes, expedicionarios y viajeros interesados por aprender de la cultura tailandesa recorriendo sus horizontes más inexplorados. La aptitud de Lu ante el desarrollo de la ruta de trekking revela una preparación física admirada por muchos de los que, en el trayecto, nos aferramos al oxígeno como último recurso vital. Su colocación es pausada y sostenida, cual bailarín de clásico. Sus gestos elegantes le acompañan en el castellano autodidacta de sus explicaciones. Lu, de Luke, forma parte de la generación de indígenas que se desplazaron a la ciudad en busca de un trabajo con el que alimentar sus vidas, ganar un salario, ayudar a sus familias y crear la suya propia. “Vivo con mi mujer y con mi hija en Chiang Mai. Mi hija tiene 4 años. Se llama May porque nació en mayo del año 262”. Lu se refiere al año budista. Me comenta que el hecho de tener un trabajo fijo fue un factor clave en la decisión de ser padre. Reflexiona. “Cuando vives en la ciudad tienes que pagar agua, luz y hacer la compra. Es muy diferente de la vida en la montaña. Allí puedes beber el agua de la naturaleza y alimentarte de brotes de bambú en la estación de lluvias o comer jabalíes, ciervos, erizos, osos hormigueros y alguna especie de serpiente. Plátanos, tamarindos y papayas también encuentras porque es fácil plantarlos sin químicos”. El reflejo de su explicación la encuentro al agotar las cuatro horas de trekking y a la llegada a la primera aldea del itinerario la expedición.
La llegada a la aldea Karen ofrece un panorama natural, que no común a ojos urbanizados, en el que las casas se sostienen en columnas de madera, los animales vagan libres por un suelo muy terráqueo en el que la posibilidad de contemplar el desplazamiento en chanclas queda anulada para los recién llegados, no así para sus habitantes. Sus pies curtidos crecieron para andar por ese terreno y rechazarían las aceras rectilíneas que Barcelona u otra ciudad urbanizada proponen. La tribu Karen se nutre de todo lo que la naturaleza le ofrece: vive de la ganadería y de la agricultura.
Los habitantes de esta aldea son nómadas católicos llegados de Birmania. Se alimentan, beben y viven en un espacio en el que el occidental vería más carencias que beneficios. Letrinas, una o dos duchas semanales y una vida en el que el ser humano es dueño de sí mismo parece un despropósito cuando lo comparamos con las 8 horas prolongables de trabajo, un sueldo compensatorio y un piso de 65 m2 en el que entender la idea de libertad. Así pues, la tarde, noche y mañana de estancia en la tribu supone una primera calada de valores que aprendimos en libros pero que no nos fueron dados, por ejemplo, por las anfitrionas estrellas del cielo del Siam.
De la católica Karen a la animista Lisu
En la mañana siguiente unas cuatro o cinco horas más de trekking son necesarias para llegar a la tribu Lahu, situada en la ladera del río Mae Tang. En el camino, la visita a la escuela local de las tribus en el poblado Pakhao Larm sorprende a los niños en su rato libre.
Los habitantes de la tribu Lahu vinieron del Tíbet y parece que tienen algo más claro el significado del término turista, en comparación a los Karen. De ahí que en la bienvenida al grupo de expedicionarios se incluyan cestas llenas de pulseras, monederos y llaveros y exista la posibilidad de recibir un masaje.
La religión de los Lahu es animista. El animismo es la creencia de más del 80% de las tribus de montaña por la que se atribuye espíritu no sólo al ser humano sino también a la naturaleza y a los objetos. Es común pedir perdón por las acciones que el ser humano haga y tengan relación con la naturaleza, considérense actos como la tala de árboles, el mantenimiento de la cosecha o el beber agua del río.
En la estancia en las dos tribus, Lu es quien nos cocina. Es muy considerado con los gustos occidentales y plantea un menú alejado del picante que caracteriza a la gastronomía tailandesa. También presenciamos una danza en la que las mujeres locales lucen su vestuario tradicional y se contonean a la luz de la hoguera. “Hay cosas buenas y malas del turismo –me dice Lu-. El poblado gana dinero con los masajes, con el baile y con la venta de pulseras, pero a la vez sus trajes tradicionales se estropean al ponérselos cada día”. Al fin y al cabo, él dedica su vida a los turistas. “Me gusta mucho mi trabajo. Soy feliz atendiéndoos y dándoos a conocer cómo se vive en las tribus de montaña”.
Al día siguiente, el último destino antes de finalizar la ruta de Lu comprende una visita a la tribu Lisu con el fin de conocer sus creencias y tradiciones. Para ello, surcamos el río Mae Tang subidos en balsas de bambú, cuyos remeros nos recogieron frente a la aldea Lahu. El trayecto desde la última parada del paseo en balsa hasta el poblado Lisu se efectúa en jeep.
Lu vivió 23 años en la tribu Lisu, también de creencia animista. Sus habitantes provienen de China y la peculiaridad de sus construcciones es que son de una sola planta, a diferencia de las Karen y Lahu que son de dos. Dentro de las casas se dedica una habitación a dar ofrendas a los espíritus.
En una de las casas de la comunidad viven el hechicero y su mujer. Él no es elegido por la tribu pues es hechicero por tener la capacidad de tocar el fuego, beber aceite hirviendo, hablar un dialecto distinto al de la tribu y curar a los enfermos. Actúa como mediador entre el mundo de los espíritus y el de los vivos: preside ceremonias de luto para conocer el lugar donde el fallecido quiere ser incinerado. Lo dará a conocer a través del contacto con el alma del muerto. El hechicero también puede interpretar el futuro con un peculiar análisis, el de los huesos de pollo.
Uno de los cultivos que más beneficios daba a la tribu Lisu era el del opio. “Cuando tenía 14 años cultivaba opio en la montaña, -me cuenta Lu-. Una cosecha nos permitía vivir durante un año”. En la actualidad, el cultivo de opio es ilegal y su comercialización se paga con pena de cárcel. “Ahora, el 70% de los jóvenes que viven en la montaña –dice Lu- se marchan a la ciudad a buscar suerte porque en la tribu, sin la plantación de opio, es muy difícil ganar dinero”. Así, a los 23, Lu se marcha a la ciudad de Chiang Mai en busca de trabajo hablando Thai y el dialecto Lisu. Hace dos años que aprendió inglés y castellano de forma autodidacta y ha notado mejoría en su trabajo. “Mi vida ha mejorado en todas las cosas”. Tiene ordenador desde hace tres años. Puede estudiar y aprender de la tecnología. Además, contacta telefónicamente con su familia, pues la electricidad ya está dentro del poblado Lisu.
En el jeep de vuelta al hotel de Chiang Mai, el tráfico es denso. Lu dice que el gobierno ha lanzado una ley que permite pagar a plazos la compra de cualquier coche, a pesar de los altos niveles de contaminación de la ciudad. “La gente no sabe de polución y cuando hay elecciones vota al gobierno que tiene buena política pero sin saber”.
El chico de montaña entra en la vorágine del mercado competitivo al saber que el estudio de más idiomas, en su sector, implica más trabajo. El gobierno tailandés implanta un ecoturismo respetuoso con sus costumbres ancestrales a la vez que aprueba leyes para aumentar la venta de turismos y por ende, incrementar los niveles de contaminación. Es la dicotomía que se vive en el país de las sonrisas. Al llegar al hotel, Lu se despide con un “hasta luego”.
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