Cuatro. Cuatro hombres. Cuatro hombres en un mes. Cuatro hombres en un mes acosándome.
El primero, el vecino. Con cartas por debajo de la puerta. Bonjour tu est tres belle envoie moi un sms au XX-XX-XX-XX-XX ou alors passe me voir chambre XXX. Quiso resolver su agresividad con una segunda carta: Salut, comment tu t’appelles? Et quel âge as-tu? Est-ce que nous pouvons faire connaissance? Si oui envoie moi un sms au XX-XX-XX-XX-XX ou alors viens me voir chambre XXX (la chambre à droite de la tienne). Bisous. PS: Tu es très charmante comme femme tu as l’air d’être une femme très douce. En español: quiero echar un polvo, pásate por mi habitación. A eso le sumó el picarme varias veces a la puerta aun no habiendo recibido respuesta. No quiso ver que si no hay sí, significa no. Solo el sí es sí. También llamó por teléfono a un colega suyo, gritando, delante de mi puerta para que yo oyera lo que decía de mí. Aún encima he tenido que ser agradable con él, darle la mano, agradecerle su “interés” por conocerme y presentarme porque sabe donde vivo.
El segundo, el director del banco. En mi afán por encontrar un banco que se adapte a mis necesidades internacionales, llego a XXXX. Me atiende el director y después de hacerme la idiota respondiendo de forma más sencilla posible a todas las preguntas inútiles que alimentaban solamente sus bochornosas ganas de saber de mí, me pide una fotocopia del DNI cuando le comento que todavía no he tomado una decisión final en lo que respecta a abrir la cuenta. Me pide el DNI porque “se lo piden a todos los posibles clientes”. El caso, lo primero que me dice al ver el documento: “Ostras, ¿con 26 años y has hecho tantas cosas?”. Voilà. No acaba ahí. Al día siguiente recibo un email a primera hora de la mañana de este tío. No, todavía no tenía mis datos. Me había buscado en Internet. El email estaba escrito en castellano y catalán con una mala traducción de Google. Esperant tornar-vos a veure, us envió les meues salutacions cordials. Me presento al día siguiente con toda la documentación. La primera pregunta que hace es “¿por qué has decidido abrir la cuenta?”. Respuesta: ventajas internacionales. La segunda pregunta que hace no solamente se le pasa por la cabeza sino que la dice. “Entonces, ¿no la has abierto por mí?”. Mi cara, un mapa. Me paralizo. Acabamos los trámites no sin antes responder a si estoy casada, si tengo hijos, apuntándolo en un papel para hacerlo todo mucho más profesional. A mis respuestas, suelta “claro, viajando tanto… difícil tener una pareja estable”. Tuve también que soportar un “wow” y que me mirara de arriba a abajo al levantarme de la silla. Vomitivo. Después de ese día, cada vez que paso por el banco se me revuelve el estómago. Cada vez que tengo que solucionar un trámite voy con bufanda para taparme el torso (mes de junio, 25 grados) porque me da asco como me mira. Asco. No he comentado que he estado recibiendo cartas, llamadas y mensajes suyos informándome de “ventajas” que conozco desde incluso antes de abrir la cuenta. He tenido que cancelar mi suscripción a la recepción de correo postal y sustituirlo por email. Tiene absolutamente toda mi información: cuenta bancaria, dirección y trabajo.
El tercero, un amigo de una conocida. Salimos de fiesta. Somos tres chicas y él. Lo damos todo bailando. Él baila con todas nosotras. En mi cabeza está la idea de que es un sobón, pero “déjalo correr, Margarita, que aún vas a torcer la noche y nos lo estamos pasando muy bien”. Le recoloco las manos alguna que otra vez y le sonrío por no darle un tortazo. Ellas se van porque quieren madrugar y yo me quedo con él con la tranquilidad de que “es amigo de esta chica, es de confianza”. Diez minutos solos y me intenta besar. Le aparto la cara y suelta: “¿hay alguien que te espera en España?”. Me río un rato por no llorar. Qué sociedad de mierda hemos creado. ¿Tiene que haber una explicación después de un claro y sencillo “no”? ¿Me tiene que esperar alguien por no querer nada con un tío que he visto dos veces en mi vida? A lo largo de la noche continuó haciendo ver que estaba borracho e intentó volver a besarme.
El cuarto, un chico de la zona. Vive en el mismo edificio, me lo encuentro en el bus varias veces, coincidimos en el centro. Es joven, siete años menor que yo. Hablamos, parece majo. Decido invitarle a que venga con mi grupo de amigos. Qué tragedia haberle dado mi número de teléfono. Me llama y escribe mensajes por la mañana y de madrugada. También lo hace con una de mis amigas. Día número dos de connaissance y ya está bloqueado.
Yo estoy hasta los ovarios. Hasta los cojones de tener que soportar esta violencia porque soy mujer. Hasta los huevos de tener que limitar mi manera de ser para no crear confusión en la mente perversa de algunos hombres. Hasta las pelotas de un sistema patriarcal que es intrínseco en nuestra sociedad y para el que aun encima tenemos justificación. Es que mira como va vestida. Es que baila de manera muy provocativa. Es que a esas horas no debería andar sola por la calle. Me visto para mí, con escote, sin escote, con falda hasta los tobillos o por encima de la rodilla. Bailo como me da la gana y muevo lo que tengo, implique cabeza, implique busto, implique cintura o implique cadera. Como ser humano cuyo género lo ha determinado la unión de un espermatozoide y un óvulo -nadie ni nada más- debo tener la libertad de estar en la calle las horas y a la hora que quiera, sin miedo a que me puedan agredir, sin miedo a que me puedan violar y sin tener que soportar agresiones verbalizadas que no son piropos de desconocidos repugnantes que solamente te ven como un objeto sexual.
Mi sonrisa no implica sexo. Mi amabilidad no implica sexo. Mi escote no implica sexo.
Las mujeres hemos callado durante mucho tiempo. Callar implica otorgar. Por mi parte, se acabó.
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